Por: Brandon Celaya
En escasos tres años y dos meses, Estados Unidos pasó de apoyar un golpe de estado en contra de Nicolás Maduro a buscar una alianza estratégica con el presidente venezolano. Una vez más se prueba que, Estados Unidos no tiene amigos ni enemigos, solo intereses.
La embatida rusa en contra de la hegemonía occidental llevó a la Unión Americana a embargar todos los energéticos provenientes de Rusia. El país norteamericano ya venía cargando una inflación descontrolada y el presidente Joe Biden, con una aprobación del 41 por ciento y bajando, busca en Venezuela un aliado inesperado para enfrentar la crisis energética que ya comenzó y solo podrá empeorar de seguir la guerra.
“Estaban las banderas de Estados Unidos y Venezuela, y se veían muy bonitas unidas.”, así narró Nicolás Maduro el encuentro que sostuvo con Joe Biden durante el primer fin de semana de marzo. No obstante, el martes anterior a la reunión, el mandatario venezolano ratificó su “firme apoyo” a Rusia y condenó las “acciones desestabilizadoras” de los “imperialistas yanquis”. El crudo cambió todo.
Estados Unidos necesita petróleo. Este país ha invadido Afganistán, Irak, Libia y Siria por esta razón; siempre con otros pretextos. Por ejemplo, la invasión a Libia en 2011 se dio porque Barack Obama argumentó que el gobierno de Muamar el Gadafi violaba los derechos humanos de los ciudadanos libios.
Desde el triunfo de la revolución bolivariana, la Unión Americana ha hecho estas mismas acusaciones de los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Ahora, con la avanzada de Rusia sobre Ucrania, la crisis económica descontrolada y una popularidad históricamente baja, Joe Biden opta por la negociación con Maduro, a quien el mandatario estadounidense no dudó en llamar “dictador” en enero de 2020.
En 1995, tres años antes de la revolución que llevó a Hugo Chávez al poder, Estados Unidos importaba mil 480 barriles de petróleo venezolano al día, cifra superior a la de otros países como México, Canadá y Arabia Saudita. A partir del triunfo de Chávez, la cantidad de petróleo venezolano adquirido por la Unión Americana comenzó a bajar hasta llegar a cero en 2020, tras la ruptura de relaciones entre ambos países por el golpe de estado.
Del total del petróleo importado por Estados Unidos antes de la guerra, el oro negro ruso representaba el ocho por ciento del total. Parece poco, pero en una economía azotada por una inflación del 7.5 por ciento, precios del barril de crudo por encima de los 100 dólares y el precio de la gasolina rompiendo récords históricos a diario, ese porcentaje ruso cobra relevancia. De no compensarlo, Estados Unidos enfrentaría una de las mayores crisis energéticas de su historia moderna.
El acercamiento norteamericano con Venezuela hace que las palabras de Maduro parezcan proféticas. En 2017, el mandatario venezolano le dijo al periodista Jon Lee Anderson: “La oposición tiene un gran problema y es que todas sus decisiones se toman en Washington, y no tienen ningún líder.”. Tras el golpe de estado que intentó derrocar a Maduro en 2019, el gobierno norteamericano reconoció a Juan Guaidó, líder de la oposición venezolana, como presidente interino. Hoy, tal reconocimiento parece haber sido olvidado por Estados Unidos ante la necesidad de petróleo… y el 9 de marzo pasado, poco después de la reunión de Maduro con Biden, Guaidó manifestó su “disposición” para retomar las negociaciones en México con el régimen de Nicolás Maduro.
Biden debe cuidar que los disparos económicos contra Rusia no salgan por la culata y se conviertan en el catalizador de una estrepitosa caída de las finanzas norteamericanas. Con una desaprobación ciudadana por arriba del 50 por ciento y elecciones legislativas en puerta, Biden juega su futuro político y el rumbo económico del país con el “dictador” Nicolás Maduro.