Por: Laura Pérez

A mi niño de rizos de cobre se le fueron los ojos en vida, ya no le lloraban cuando sufría ni se le llenaban de alegría cuando hablaba de lo que anhelaba. A mí chiquillo le pesan los pies, no se le volvió a ver caminar del lado soleado; cuando él andaba por la vida apenas podía respirar. Ya no tenía voz el pequeño de ojos chocolate, por más que hablara. A pesar de ser un espécimen común, era imposible que no resaltara, llevaba el cuerpo tatuado de cicatrices, y entre éstas, llevaba poesía.

Era imposible no imaginárselo de la forma más bonita y sana posible, riéndose con la cerveza en mano, echando todos sus bucles hacia atrás entre las carcajadas; viéndolo hablar de sus pasiones, y en el transcurso, verlo perder la sonrisa y bajando la mirada, como si estuviera avergonzado de lo que es. Lo más bonito que tenía, era que aun sin intentar serlo, era extraordinario. De una forma u otra, él sabía que no había nacido para estar entre los normales, sino para brillar entre extinciones. No intentaba ser interesante, al contrario, pero esa era una de sus peculiaridades, él no sabía que lo era, y eso lo hacía ingenuo. Aunque ni siquiera intentara llamar la atención, lo hacía, no de multitudes, eso sería fácil; él emplazaba a los artistas, se volvió el estro del arte.

A pesar de ser tanto, era normal estar vacío, aun sin creerlo. Entre letras, esa niña que ataba su cordura al andar, le mostraba intenciones, pero es normal que después de tantas recaídas, lo bueno haga temer a cualquiera. Existen combinaciones peligrosas, y entre ellos estaba el enloquecer, el niño de los ojos chocolate y la niña de galaxias entre suspiros, para cada uno, poca cosa; en cualquier ámbito era enseñanza que ella hablará, todo con el intento de que él aprendiera. Existen personas que marcan la vida haciendo cicatrices, causando lágrimas, risas y orgasmos; pocas veces hay personas puras intentando levantar con sentimientos reales a quienes lo necesitan, aunque a veces simplemente no lo hagan, todo depende de que el neófito entienda las instrucciones de vida creadas al azar. Cada quien vuela hacia donde necesita estar, aunque no sea precisamente donde quieren encontrarse. El niño de letras tatuadas sigue buscando su camino, aun sin saber quién es él. A veces se entiende entre galaxias de la niña, supongo que así es la vida, ingrata con quienes tenemos más que dar.

Foto de portada: Laura Pérez