Por: Ximena Martínez
El Día Internacional de la Mujer se atribuye, en primera instancia, a las protestas realizadas desde 1857 por mujeres trabajadoras de la industria textil en Nueva York, quienes exigían reducir las jornadas laborales, salarios equitativos -ya que ganaban menos de la mitad que sus compañeros-, libertad para unirse a sindicatos, entre otras consignas. Las huelgas fueron reprimidas por la policía. Sin embargo, fue la muerte de 146 trabajadoras encerradas en un incendio dentro de la fábrica Triangle Shirtwaist el 25 de marzo de 1911, la que provocó que las mujeres sigamos exigiendo el reconocimiento y respeto de nuestros derechos y libertades.
En México, entre 9 y 10 mujeres son asesinadas al día, cifra que no deja de aumentar. Casi el 90 % de las mujeres ha sufrido violencia sexual, generalmente por personas cercanas en sus propios hogares, la escuela o trayectos diarios. La tasa de impunidad de delitos contra la mujer es de alrededor del 99 %. Y, las oportunidades educativas y laborales distan de igualdad.
El domingo, las mujeres tomamos el mundo.
En la Ciudad de México, nos congregamos alrededor de 80 mil personas para recordarnos que no estamos solas, exigir justicia y libertad. Salimos a pesar de las distintas amenazas que se hicieron previo a la manifestación y con el temor de una posible represión a manos de las autoridades.
Así viví, junto a otras mujeres, ese día.
¡Mujer consciente se une al contingente!
Como medida de seguridad, resguardamos los accesorios que nos identificarían como parte de la marcha y nos cambiamos llegando a metro Revolución. Sacamos plumones y cartones, escribimos consignas, lo que habíamos vivido, denuncias, nombres. Todas con nuestros datos pintados en el brazo, números de emergencia y tipo de sangre.
No me sorprendió que todos los monumentos históricos y locales comerciales estuvieran protegidos, incluso por elementos de seguridad, pero sí que, a nosotras, las únicas que nos cuidaron fueron nuestras propias compañeras y los cordones que cargaron.
Los contingentes se organizaron para que nos guiaran los familiares de nuestras hermanas víctimas de feminicidio; seguidos por las madres con hijas e hijos
-menores de 12 años-; los contingentes separatistas -solo mujeres-; los mixtos como sindicatos, organizaciones políticas y populares; y al final, grupos mixtos sin asociación.
Desde las 13:30 horas nos preparamos para salir en un contingente universitario separatista. Al lado, un grupo de mujeres canábicas y otro de músicas de fandango nos hicieron la travesía amena y sorora. Incluso, nos acompañaron mujeres danzantes, grupos de mujeres trans con la dualidad de contingentes trans exclusionistas, mujeres en silla de ruedas, lesbianas, niñas y mujeres mayores.
Bailamos, brincamos.

¡Vivas se las llevaron, vivas las queremos!
Señor, señora, no sea indiferente, ¡se mata a las mujeres en la cara de la gente!
Gritamos juntas por la justicia de Ingrid, Fátima, Susana, Tania, Lesvy, Katherine, Vianey, Rocío, Ana, Jessica, Lucía…
Llegando al «Caballito» nos encontramos con otros grupos, así que marchamos con lentitud.
Algunas personas identificadas como «radfem» -feministas radicales- se subieron al monumento y lo pintaron mientras coreábamos «¡Fuimos todas!». La impotencia que sienten las personas al ver estos actos es menor a la que sentimos nosotras todos los días: el miedo paralizante de hombres que nos siguen por las calles, que nos gritan y chiflan; el temor de ser secuestradas, violadas, torturadas, mutiladas y asesinadas; que nos tocan sin nuestro permiso; que nos minimizan, nos invisibilizan; todo lo que sacrificamos y nos es arrebatado por ser mujeres; la libertad que nos es negada. El acto no nos inmutó y avanzamos, encontrando en nuestro paso distintos edificios con las protecciones caídas, vidrios rotos y consignas escritas con pintura.
Hubo manifestaciones hacia las editoriales y diarios por hacer del feminicidio un circo atractivo y amarillista; en el caso de bancos y cadenas de comida por estar relacionados con el sistema capitalista y éste como uno de los obstáculos para la liberación de la mujer.
¡Atención!
«Alerta, que la lucha camina por América Latina, y tiemblen los machistas, que la región será toda feminista.»

Las radicales estuvieron completamente separadas de nosotras. Aun así, llegando a la Alameda Central nos pidieron que cubriéramos nuestros rostros. Ahí tuvimos que estar más atentas. En mi mente se repitieron las amenazas. Nos dispersaron.
Primero, una mujer gritó -no en tono de protesta, claro está-, en seguida el colectivo se replegó. La desesperación se escuchó en las pisadas. El contingente se separó. Nos tomamos de las manos y corrimos para apartarnos hacia las calles de la periferia. Al grupo le tomó unos minutos reagruparse, pero muchas nos fuimos de ahí por seguridad, sobre todo las madres con sus hijas.
Nos llegaron reportes de que a la altura de Bellas Artes se roció a la marcha con gas -aparentemente de extintores según la Secretaría de Seguridad Ciudadana-; también de que en la plancha del Zócalo había agresiones.
¡Hay que abortar este sistema patriarcal!

Además de las razones expuestas, marchamos (y lo seguiremos haciendo) por nuestra visibilidad, para reclamar los espacios que nos han obstaculizado, por ese espacio seguro, porque somos hermanas sororas, por la libertad sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, sobre todo para mostrar que estamos aquí, juntas.