Por: Karla León

Las manecillas del reloj marcaron un poco más de las seis de la tarde. En el aire, una bengala desató ráfagas incesantes, cuyos resultados, resonaron a través de gritos y voces que se transformaron, sin más, en un silencio inestable que auguró el ciclo de una tragedia. El 2 de octubre de 1968, no solo marcó una fisura en la historia de México, sino que desencadenó el descontento y la inestabilidad social que, hoy en día, perduran como un símbolo de lucha.

A 51 años de la matanza en Tlatelolco y, bajo la consigna de no olvidar, el movimiento se ha transformado a lo largo de las épocas para recordar a aquellos acaecidos que levantaron la voz por los jóvenes, los estudiantes, los obreros y los profesionistas. Ayotzinapa, organizaciones feministas y grupos que se manifiestan para concientizar sobre el deterioro climático de nuestro planeta, son un ejemplo claro de lo que, por más de un lustro, ha sobrevivido para enfrentar la inconformidad.

Algo es cierto, la quietud nunca ha compaginado con el pensamiento de los jóvenes; nosotros, así como lo fueron ellos, somos el reflejo de nuestro tiempo, de lo que nos mantiene activos, de lo que queremos y deseamos cambiar. El movimiento estudiantil del 68 es un referente para alzar nuestra voz; sean o no los mismos motivos o causas, la libertad y la pluralidad que éste nos brindó, sin duda, replanteó un pensamiento más crítico, justo y disruptivo.

Si algo hemos aprendido de los hechos que se suscitaron en la Plaza de las Tres Culturas en tiempos de Díaz Ordaz, es que nunca debemos perder la vista de todo aquello que daña nuestra integridad y bienestar, de otra forma, estaríamos de acuerdo con la injusticia. El movimiento, a través de diversas perspectivas, nos ha hecho comprender que nosotros tenemos la fuerza para levantar y ser la voz de aquellos que no son escuchados, así como para exigir justicia, equidad y respeto por todo aquello que forma parte de las minorías. Es así como, viendo a través de los otros, tanto del pasado, presente y futuro, podremos conseguir lo que, por tantas décadas, hemos deseado.

El 2 de octubre no se olvida. Al igual que en 1968, las demandas continúan siendo las mismas: queremos ser escuchados, que nuestros derechos se respeten, que tengamos oportunidades y, principalmente, que podamos alzar nuestra voz sin temer a las represalias. El deseo latente por conseguir un espacio de diálogo es notable. Somos una nueva generación que busca adentrarse, a su modo, a este mundo tan enigmático; lo que es seguro, es que tenemos algo en común: queremos arriesgarnos a construir y a formar parte de una nueva historia.

En memoria de todas las víctimas de la tragedia del 2 de octubre de 1968.

Nunca los olvidaremos.